Hoy damos comienzo a la Semana Santa. En ella se descubre en toda su hondura el drama del hombre ante Dios. Drama de vida y de muerte, de traición y de eterna felicidad.
San Juan de Ávila dejó escrito que era necesario que la lanza del centurión romano abriese el corazón de Cristo para que a través de esa herida pudiéramos los hombres vislumbrar el amor infinito del Padre que entrega a su Hijo por nosotros, y del Hijo, Jesucristo, que se entrega a la muerte por nosotros.
En esta Eucaristía –como en todas—vuelve a repetirse en símbolo y en realidad aquel acto de entrega de Jesús. Y nosotros que, como los discípulos y los judíos, unas veces hemos aclamado a Cristo con entusiasmo como Rey y después le hemos traicionado y abandonamos tantas veces, nos convertimos, por nuestra debilidad y nuestro pecado en protagonistas de la Pasión, tal como la hemos escuchado en el Evangelio.
Aceptar nuestra propia cruz nos cuesta mucho, pero nos puede ayudar a llegar hasta Dios. Este cuento nos puede ayudar a comprenderlo:
Ayudemos nosotros a llevar la cruz a aquellos que sufren su peso… a aquellos amigos o familiares que sufren por causa de la enfermedad u otros infortunios. A ellos, nosotros, deberíamos mostrarles que Jesús está sufriendo con ellos y que no están solos. Su cruz puede ayudarnos a subir al Reino…. De verdad, aprovechemos estos momentos de la Semana Santa de 2010 y hagamos de ella un acontecer único, profundo, pero manso y pacífico, como lo es nuestro Señor Jesús.
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