viernes, 24 de junio de 2011

EL DEVOTO DE LA EUCARISTIA

                                                                                  El devoto no es sólo un devoto
Podemos preguntarnos entonces quién es el devoto de la Eucaristía. No se trata solamente de prácticas, de silencio, de recogimiento, de exposiciones frecuentes y prolongadas del Santísimo, de horas de adoración, de funciones reparadoras, de bendiciones eucarísticas con las que concluye, solemnemente, todo tipo de celebración.
El devoto de la Eucaristía es un enamorado de la fraternidad, de la entrega a los demás, de la unidad: «el pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo», un trabajador por la paz, un apasionado de la justicia.
El devoto de la Eucaristía es una persona capaz de perdón, de solidaridad, de respeto, de tolerancia, de aceptación de la diversidad. Es un celoso guardián de la dignidad y de la sacralidad del hermano, de cualquier hermano, al que no profana nunca ni con los gestos ni con las palabras.
Al devoto de la Eucaristía se le reconoce, no porque tiene las manos juntas, sino porque está arremangado. Y, naturalmente, por el corazón no encogido, ni arrugado, sino dilatado, sensible, vulnerable.
El devoto de la Eucaristía no puede reducirse a exhibir los callos de sus rodillas. Tiene que mostrar que han desaparecido las durezas provocadas por el egoísmo y la indiferencia, que se han caído las costras del individualismo, que se han roto las barreras de separación.
El devoto de la Eucaristía no se distingue por los suspiros, por las lamentaciones o las invocaciones, sino por el empeño concreto en favor de la comunión entre los hombres.
Si hay un perfume característico de la Eucaristía, no es ciertamente el olor a incienso, sino el olor penetrante a humanidad.
¡Ay si la Eucaristía pierde (absorbido quizás por el humo de las velas) su inconfundible sabor de pan!

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