sábado, 1 de mayo de 2010

Homilía 5º domingo de Pascua. Ciclo C. Enviada Por D. José Lozano


Domingo 5º de Pascua – 2 de mayo de 2010

Continuamos el tiempo de Pascua asombrándonos (desde la fe) por la resurrección del Señor Jesús que ha vencido la muerte, y aunque parezca mentira,  junto con la muerte ha acabado con las cosas negativas de este mundo y con todo lo que esclaviza al ser humano.
En el Evangelio de este domingo, Juan 13,31-33, Jesús habla de dos cosas: Su glorificación y el Mandamiento Nuevo.
Para Jesús, su glorificación consiste en su muerte, en la entrega de su vida para la salvación de todos, en la manifestación de su amor a la humanidad pasando por el suplico de la cruz.
Para cualquier persona de este mundo, la gloria es el momento en que se ve encumbrada, reconocida y aplaudida por todos. La gloria para un deportista es el momento en que sube al pódium y recibe la medalla de oro o de cualquier otro metal. La gloria para un partido político es ganar las elecciones con mayoría absoluta. Y para una entidad económica, la gloria es obtener una ganancia mucho más allá de todas las previsiones, doblar su patrimonio, por ejemplo. Para el mundo la gloria consiste en tener, poder y placer.
Como vemos la gloria de Jesús es otra cosa muy distinta a lo que es para el mundo. Para Jesús la gloria consiste en el amor. Y cuanto mayor es el amor, mayor es la gloria, aunque ese amor lleve a la persona a dar la vida. La felicidad para Jesús está en la vivencia de las bienaventuranza (Mt.5,3-12)
Tendríamos que preguntarnos a qué aspiramos y para qué educamos a nuestros hijos, si para la gloria del mundo o para la gloria de Jesús. También tendríamos que preguntarnos a qué gloria aspiran nuestros políticos, y a donde se encaminan todos los esfuerzos y aspiraciones del mundo en que vivimos, en la escuela, la empresa y la política.
La segunda cosa que de la que habla Jesús es el Mandamiento Nuevo. Lo da a sus discípulos en la última Cena, cuando estaba despidiéndose de ellos, era como su testamento, su última voluntad. Textualmente dice: “amaos unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros”.
Primero Jesús dice que nos ha amado él: “como yo os he amado”. Es decir que, para Jesús, el amor nace de una experiencia de amor. Primero uno ha de sentirse amado y darse cuenta de que su vida es hermosa y vale la pena, y después de experimentar lo grande que es el amor, podrá compartir esa experiencia con los demás. Nadie da lo que no tiene. Una persona sólo madura cuando tiene la experiencia del amor, cuando se siente querido de verdad por otra persona.
La experiencia del amor es lo que nos hace descubrir quiénes somos nosotros, lo que vale nuestra vida, nuestras posibilidades y nuestra dignidad. A partir de esta experiencia la persona puede ponerse en marcha, para vivir una vida que valga la pena, una vida en plenitud. Lo que Jesús quiso decirles es: Daos cuenta de lo que yo os he querido, de lo que he sido capaz de hacer por vosotros y hasta dónde he llegado. Primero he sido yo quien os he querido a vosotros y os hecho mis amigos, daos cuenta de lo que habéis vivido conmigo. Esta misma experiencia de amor que habéis tenido conmigo, es la habéis de tener unos con otros. Podríamos entender la frase de Jesús: Amaos unos a otros, porque yo os he amado.
Jesús utiliza la pedagogía de la experiencia. Cuando le decimos a una persona una cosa, para que la haga, si esa persona no está convencida de que le queremos de verdad, si no tiene la experiencia de nuestro amor (aunque en nuestro interior la queramos), no aceptará nada de lo que le decimos, todo lo que le decimos le resbalará.
Por eso es muy difícil que podamos amarnos unos a otros si no tenemos la experiencia de ser queridos infinitamente por Jesús y por las personas, y, a partir de esta experiencia, querernos a nosotros mismos. Es muy difícil que podamos amar de verdad, si no hemos tenido una experiencia de intimidad con Jesús. Por mucho que nos esforcemos en amar nunca podremos llegar a querer de verdad a las personas, de una forma gratuita y desinteresada, incluso a dar nuestra vida por ellas, si no hemos llegado a saber por experiencia lo que es amor de verdad. Y ese amor de verdad, sólo lo tiene el que es el amor en persona, Jesús, y aquellas personas a las que él se lo ha dado. 

Ser cristiano es tener experiencia del amor de Jesús, experimentar quién es Jesús en su intimidad, y después, o al mismo tiempo, compartir esa experiencia con las personas que traten con nosotros, a través de nuestra familia, nuestro trabajo y de nuestro compromiso en el mundo.
Es necesario que, los que queremos ser cristianos, y que se  nos distinga porque nos amamos unos a otros, cultivemos muy a fondo nuestra comunicación y nuestra intimidad con Jesús: Oración, Eucaristía, lectura de la Palabra, y, de una forma especial, nuestro compromiso con los pobres.
A eso venimos precisamente a la Eucaristía, a experimentar el amor del que lo dio todo y se entregó a la muerte por nosotros. Esto es lo que celebramos en esta reunión.

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