ESA FE NACE DE DENTRO
«El corazón del rey es una acequia en manos del Señor: él lo conduce adonde quiere» (Pr 21, 1) «Recibe el consejo de tu corazón. ¿Quién te será más fiel que él? El corazón del hombre le informa de la oportunidad más que siete centinelas en las almenas» (Eclo 13-14). Los sabios de Israel hablaban así de ese núcleo último de nuestro ser donde se juega la opción creyente. Y es de ahí de donde nace un río de agua viva, como dicen que decía Jesús.Uno de los primero padres de la Iglesia, Ignacio de Antioquia, decía cuando iba camino del martirio: «Siento en mí una fuente de agua viva que murmura en mi interior y me repite: 'Ven al Padre’». Y esa fuente sigue viva y murmura en el corazón de cada creyente: Ven al Padre, ven a la Madre.
Edith Stein escuchó en su interior el rumor de esa fuente. Alemana de familia judía, nació a finales del XIX y fue discípula de Husserl. Se hizo católica en 1922 y tras un tiempo de actividad filosófica, entró en el Carmelo de Colonia a los 42 años. Al llegar la persecución nazi pasa a un Carmelo de Holanda, allí la detienen y la conducen a Auswichtz, donde muere en 1942. Ha pasado a la posterioridad más por su vida mística y su capacidad para expresarla de forma comprensible que por su obra filosófica. La escuchamos:
«La vida mística ofrece experimentalmente algo que enseña la fe: la inhabitación de Dios en el alma. El que, dirigido por la fe busca a Dios, ha de disponerse a ir a donde es atraído el místico, a acogerse a la soledad de su interior para permanecer allí, en la fe oscura, en una sencilla mirada amorosa hacia el Dios escondido que, aunque velado, está presente».
«Cuanto más recogida vive una persona en lo íntimo de su alma, tanto más potente es esa irradiación que despide de sí y hechiza a los demás».
«Hay un estado de descanso en Dios, de total suspensión de toda actividad del espíritu, en el que no se pueden concebir planes, ni tomar decisiones, ni aun llevar nada a cabo, sino que, haciendo del porvenir asunto de la voluntad divina, se abandona uno enteramente a su destino. El descanso en Dios es algo completamente nuevo e irreductible. Antes era el silencio de la muerte. Ahora es un sentimiento de íntima seguridad, de liberación de todo lo que la acción entraña de doloroso, de obligación y de responsabilidad.
Cuando me abandono a este sentimiento me invade a una vida nueva que, poco a poco, comienza a colmarme y, sin ninguna presión por parte de mi voluntad, a impulsarme hacia nuevas realizaciones».
Alguien que estuvo cerca de ella al final de su vida y que sobrevivió, recuerda la huella que dejó en él: «Conversar con ella era como hacer un viaje a un mundo distinto». Y le escuchó decir: «El mundo se compone de contrastes, pero, al final, nada quedará de esos contrastes, no quedará otra cosa sino el gran Amor».
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