Abramos nuestros oídos y también nuestros ojos, nuestra mente y nuestro corazón, para descubrir, en la lectura de la Pasión, nuestra propia realidad. Tal vez nos identifiquemos con el que traiciona y vende a su amigo, a su familia, o a su pueblo por dinero. El hombre que facilita su casa para celebrar la cena pascual y provee generosamente para el compartir fraterno. El miedo de los discípulos ante el peligro; la falsa promesa de Pedro de acompañar a Jesús y estar dispuesto a morir con él, y la negación posterior. La debilidad en la oración por parte de los discípulos, el sueño que no los deja ver la realidad y la invitación a estar siempre vigilantes y orantes, pues no es fácil asumir la cruz de cada día. ¿Existen esas realidades en nuestro entorno social, familiar y eclesial? ¿Existen hoy personas que buscan la justicia por medios violentos, como lo quiso hacer aquel que sacó la espada para defender el proyecto de Jesús? ¿Existen hoy personas que, llenas de miedo, abandonan la causa del Reino y se esconden para defender sus vidas? ¿Existen hoy juicios como el que le hicieron a Jesús?
Y ahora, en esta Eucaristía sintámonos Iglesia reunida en torno a Cristo que "sube a Jerusalén": "subamos también nosotros con él". Aclamémosle como Rey pacífico; acojámosle, a El que nos llega en nombre del Señor; recibámosle como Pan de Vida partido y entregado por nosotros. Y alentados por esta prenda de victoria, mantengámonos en estos días despiertos y atentos en expectación de la madrugada de Pascua.
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