QUINTO DIA
Por la señal de la santa Cruz...
QUINTO DOLOR. La Virgen María al pie de la cruz. Junto a la cruz de Jesús estaba su madre, y la hermana de su madre, María, esposa de Cleofás, y María de Magdala. Jesús al ver a la madre y junto a ella a su discípulo, aquel al que más quería, dijo a la madre: "mujer ahí tienes a tu hijo, después dijo: hijo ahí tienes a tu madre. Desde ese momento el discípulo se lo llevó a su casa (Juan 19 25-28).
REFLEXIÓN. Tal vez no existía en el mundo un espectáculo más desgarrador que el de una madre junto al lecho de su hijo moribundo o junto al féretro de su hijo muerto. Este espectáculo se ve con frecuencia, pero lo que se ha visto rara vez, si es que se ha visto, es que una madre esté contemplando la ejecución de su hijo condenado a muerte, sabiendo que es inocente y que muere víctima de las pasiones desencadenadas contra él. Ese espectáculo es lo que nos presenta el Evangelio en el Monte Calvario. La Virgen María está presenciando al pie de la cruz la ejecución de su propio hijo. Está colaborando con su dolor y sufrimiento en la obra redentora. María se acerca cuanto puede al pie de la cruz, clava su mirada en el rostro de su hijo. Tiende hacia él sus brazos como si quisiera arrancarlo del leño durísimo de la cruz y reclinarlo en su regazo de madre, como lo hacía cuando era niño, pero no puede. Ni siquiera puede aliviarle sus tormentos. Ve sus labios abrasados por la sed y no puede acercar a ellos una gota de agua. Lo ve desangrarse lentamente y no puede contener la sangre de sus heridas. Lo ve mover la cabeza atormentada por el dolor y no puede sostenérsela entre sus manos. Ve sus ojos manchados de lágrimas y de sangre y no puede limpiárselos. Sólo las madres podrán adivinar un poco el dolor de aquel corazón. María es la madre del gran dolor porque no hay dolor como el suyo. Los dolores de la Virgen forman parte de su misión terrena. Así lo profetizó el anciano Simeón: "una espada de dolor atravesará tu alma".
Pidámosle a Nuestra Señora de los Dolores que esté siempre al pie de nuestra cruz cada día. Hay tantos hombres y mujeres que llevan una cruz pesada. Que alivie el dolor de los enfermos. Que consuele a los presos en las cárceles infrahumanas. Que dé pan a los que tienen hambre. Que dé abrigo a los que no tienen techo ni vestido. Que nos haga comprender que el dolor de nuestras cruces, llevado con amor, purifica, santifica y engrandece.
Meditación en silencio.
PROPÓSITO: hacer una obra de misericordia (visitar a un enfermo o a un preso o dar una limosna).
SÚPLICA: Por aquel dolor tan fuerte que tu alma padeció en la muerte de Jesucristo, haz que dichosa suerte obtenga yo cuando muera. Por todos los que sufren llevando su propia cruz. Nuestra Señora de los Dolores intercede por ellos. (Padrenuestro y Ave María).
Oración final, como el primer día.
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